RELATOS DE UNA CALLE

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LA HISTORIA DE LA CALLE REAL

Madre…

He regresado al pueblo, después de tantos años, de pensar que nunca volvería. Tal vez por eso me siento extraño, tal vez porque nada está como lo recuerdo. Ni el río, ni las casas, ni siquiera los rostros que se cruzan conmigo son los que dejé. Hasta la iglesia la veo diferente, como si el agua que ha caído en mi ausencia hubiera encogido sus lozas. Ni tan siquiera su campana replica como antes, cuando llamaba a misa al pueblo, a las mujeres y santurrones de este lugar.
No me he atrevido a ir a la casa de Anselmo, aunque me prometí hacerlo si regresaba. ¿Qué decirle? En cambio, sí me acerqué a la calle real. Madre…, qué sucedió…?

Un viento desapacible recorre la calle en remolino, levanta las hojas del otoño y el polvo de las calles. Huele a noche cerrada, a personas y amigos que paseaban por la calle en las ferias y carnavales, y el pueblo estalla en alaridos en sus fiestas. Siento su miedo, sus pasos desorientados que acaban convertidos en una carrera de dolor. Gritan su nombre y su razón se nubla.
Veo la calle real. Pasea el viento nervioso, sin dejar de frotar la brisa sobre los árboles, siento el nudo del corbatín que parece ahogarla. A su lado, algunos del pueblo, compañeros de siempre que se sentaban en sus jardines y sombras contando sus historias,
La señal de peligro sigue balanceándose en el aire, en el recuerdo del grito que llevaba su nombre, en la cara de todos ellos, en la noche negra azabache que se niega a abandonarla.
Siento a Padre a mis espaldas. Huelo a flores marchitas, a madera vieja, a piedras marmóreas. Siento la humedad de la tierra sobre mi cara.
Madre…
He debido caminar en el recuerdo hasta la calle real, iluminada. La de Padre, la nuestra, permanece a oscuras, con los pórticos cerrados y las contraventanas. ¿Qué fue de ustedes…?El pueblo se proyecta como una sombra sobre el mismo. Un aire desapacible mueve las ramas de los árboles, vuela las pocas hojas que cuelgan secas, remueve el polvo de esta tierra movida que se adhiere a la garganta.
Oigo pisadas que abandonan la calle y crecen hacia la nuestra. Escucho su voz, madre, su negativa. Siento su miedo y sus pasos desorientados que acaban convertidos en una carrera de dolor. Grita su nombre y un destello plateado atraviesa el torso de un hombre escondido en una callejuela a su lado, los del pueblo, compañeros de juegos hasta que los ideales nos truncaron. Sé a padre a mis espaldas, aunque no puedo verlo.

A usted, madre desconsolada, llorar sobre su pasado y lo que fui.

La calle real.