EL poeta y profesor Enrique Baltanás prometía hace poco escribir un Elogio del suspenso y adelantaba: "No nos pronunciamos, nuestro juicio sobre alguien lo dejamos en suspenso. Hasta mejor ocasión. Por eso el suspenso no debería llevar nunca nota numérica". Por ahora, los alumnos están en suspense ante la inminencia de los exámenes del primer trimestre. Mientras ellos se esperan lo peor, y yo el luminoso elogio de Baltanás, resulta natural que todos pensemos en los suspensos.Las incesantes leyes pedagógicas nos proponen que aprendamos a aprender, que aprendemos a emprender, que aprendamos a usar las nuevas tecnologías, a la ciudadanía, a los valores (siempre y cuando democráticos) y a un centón de cosas más. Bien. Según reza el refranero, el saber no ocupa lugar; aunque uno a veces abriga la sospecha de que Luis Cernuda iba mejor encaminado cuando objetó: "El saber ocupa lugar, tanto que puede desplazar a la inteligencia". De todas maneras, eso no afecta a nuestros estudiantes, sino apenas a algunos profesores de las que Borges llamó crédulas universidades. Más cerca nos cae el aviso de Unamuno: "El maestro que enseña jugando acaba jugando a enseñar". Contra la tentación lúdica siempre nos quedarán los exámenes y el riesgo del suspenso. Lo explicará mejor Baltanás. Yo solamente quería proponer que, para la nueva reforma educativa, que estará al caer, pues no paran, se contemple otro aprendizaje: aprender a suspender. Las pedagogías modernas descuidan este aspecto, y resulta clave si queremos preparar de verdad a los alumnos para el futuro.Mi propia experiencia demuestra que la mayor parte del tiempo se lo pasa uno fracasando. Muchos de nuestros proyectos no salen como habíamos pensado o directamente no salen. La vida es una evaluación continua, uf, y al final de la misma, según san Juan de la Cruz, nos examinarán (¡otro examen!) de amor. Lo mejor sería aprobarlo todo y, como mínimo, el examen final, pero no se puede aprobar siempre.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
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